Mi manta negra

Tanto tiempo sin sentarme a conversar con él, que a veces es tan difícil el acto del desahogo. No se como comenzar. Comenzaré por decir si no se si alegrarme al saber que por fin me he quitado este peso de encima y vuelvo a volar, a conocer. Es como si por tanto tiempo me encontrara sedada, drogada, alimentándome de ilusiones, viviendo del pasado, viviendo pero sólo en cuerpo, no en el alma. Pareciera como si esa alma todavía vagara por los lugares concretos, lugares factibles con nombre que al sólo mencionarlos me hacían feliz. Ingería recuerdos. Sobrevivía de saber que todavía estabas ahí, que tú al igual que yo mantenías ese pedacito de cariño. Sobrevivía porque en mi crecía la convicción de volverte a ver, de mantener esto que aunque en realidad me lanzaba a una hoguera de llamas y me quemaba viva, en ese fugaz instante me llenaba de euforia. ¿Qué otra cosa podía llenarme mas que tus palabras al decir “te quiero todavía”? Arrancabas mi presente, cerrabas mis puertas, te ibas volando como una paloma y yo quedaba ahí tirada en mi esquina saboreando tus palabras, oliendo tu dulce esencia que desprendías cada vez que imaginaba besarte. Pero me he dado cuenta que no puedo seguir alimentando un fuego que ya hace algún tiempo se ha consumido. Tú, junto con otras razones inexplicables eres la manta negra que me hunde en esta cueva obscura, que me bloquea de ver el lindo paisaje delante. Es necesario abrir un hoyo en mi cabeza y sacarte por ahí, ingeniosamente, difícilmente, por un orificio pequeño que externamente dice “para, sabes que no puedes hacerlo” pero que internamente me invita, me insita, y me llena de animo. Se que va a hacer un trabajo difícil y doloroso pero dicen que lo malo y lo bueno nunca duran mucho.